Juego de Tronos y su cuarta temporada: el final de tantas cosas

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C’est fini. Juego de Tronos despide su cuarta temporada con uno de los finales más impactantes, bien rodados y planteados de la historia de la televisión -aunque no exento de polémica-. Como lo prometido es deuda –y un Lannister siempre las paga– os invito a repasar conmigo- a vista de cuervo y en líneas generales, la cuarta tanda de episodios de la serie de HBO que ha encandilado a medio planeta.

Decían Weiss y Benioff -guionistas y creadores principales de la serie- que cuando se embarcaron en tamaño proyecto -llevar a la televisión Canción de hielo y fuego no es moco de pavo- su mayor deseo era llegar a Tormenta de Espadas, y por ende, a la famosa Boda Roja que sobrecogió a propios y extraños al final de la tercera temporada. Y lo consiguieron. Aquello fue todo un hito de la pequeña pantalla, que quedó grabado a fuego y sangre en las retinas de cientos de miles de televidentes. Como en cualquier huida hacia adelante en el medio televisivo, superarse es algo casi obligatorio. Es una meta que te fijas como productor, guionista o director. ¿Cómo superar y mejorar una tercera temporada que demostró estar a un nivel tan alto y distante de sus dos respectivas antecesoras -que ya eran buenas, no se me malinterprete-? ¿Cómo conseguir mantener la atención de una historia que cada vez es más compleja de llevar y plantear en pantalla? Juego de Tronos es una serie que va in crescendo -con sus ascensos y descensos argumentales en su historia principal, pero siempre va a más-, y al igual que las novelas publicadas, abarca multitud de frentes y líneas temporales en su línea cronológica. Cada vez es más difícil de adaptar, y eso es algo que palpa entre los lectores que conocemos la obra literaria. Bajo este incierto panorama, la cuarta temporada arrancaba con un reto importante: terminar de adaptar lo que quedaba Tormenta de Espadas y comenzar a trasladar en la serie sendas páginas de Festín de Cuervos, y sí, de Danza de Dragones. Casi nada, ¿eh?

La televisión exige un ritmo, una necesidad de constante explicación visual de cara al espectador, y por lo tanto, la decisión de tomar parte de los dos últimos libros publicados hasta la fecha de Canción de hielo y fuego y mostrarlos de forma cronológica y simultánea ha sido completamente acertada. De otra manera, ¿cómo le cuentas a un espectador qué tal y cual personaje no salen hasta pasados diez o doce episodios? ¿Cómo le muestras cosas que se sobrentienden en la lectura de un libro pero que pueden llegar a desaparecer enterradas entre tantos personajes, hechos y situaciones? Festín de Cuervos y las pocas partes vistas en televisión de Danza de Dragones, suponían un engorro para los guionistas. Pero han salido victoriosos del apuro. Al menos, en gran medida. En este aspecto, la adaptación de la cuarta temporada de Juego de Tronos ha funcionado mucho mejor que en anteriores ocasiones -en mi mente todavía resuenan algunos capítulos poco inspirados de su segunda temporada- y ha jugado con maestría la carta de la cronología simultánea-. Weiss y Benioff -y Bryan Cogman, tercero en discordia y escritor de algunos de los mejores episodios de la temporada- han mostrado y narrado cuando y como debían hacerlo. Esta decisión es, uno de los mayores aciertos de estos diez episodios.

Lo cual nos lleva a uno de los caminos más pedregosos y polémicos: la decisión de omitir, cambiar y añadir hechos a la narración principal por parte de HBO. Cualquier adaptación exige sacrificios, omisiones y cambios en el devenir de los hechos y personajes, a veces por cuestiones de presupuesto, y otras tantas, por decisiones creativas y personales. Canción de hielo y fuego tiene pasajes, capítulos e historias paralelas cuestionables una vez entramos en ella, pero que le sirven a George R.R. Martin con un claro propósito como escritor. Juego de Tronos es más prosaica que las novelas de Martin -no os descubro nada nuevo-, y como decía antes, muy directa como adaptación televisiva. No suele perderse en situaciones y arcos argumentales que no vayan a ningún lado, aunque sí nos puede llegar a mostrar conversaciones y secuencias francamente cuestionables y repetitivas -como aquellas que atañen a Missandei y Gusano Gris en varios episodios o las acaecidas en el Torreón de Craster más-allá-del Muro—. Si me apuráis, diría que a día de hoy la serie suele funcionar más como vehículo complementario visual que engarza, ahonda y detalla el comportamiento de los homólogos personajes literarios de Martin.

1. Los cambios y el ritmo de la adaptación

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A lo largo de esta cuarta temporada -concretamente, en el episodio de «Guardajuramentos»– hemos asistido a un hecho que muchos no esperaban ver tan pronto: la serie ha comenzado a mostrar determinados hechos que no han aparecido -quizás ni lo hagan- en las novelas originales y que pueden llegar a suponer un adelanto fehaciente a los libros de George R.R. Martin. Ya escribí en su día sobre ello, y no pienso tampoco redundar en el mismo tema, pero sí me gustaría dejar claras las razones por las que creo que dicho añadido, cambio o como queráis llamarlo, funciona a nivel televisivo. Primero, como lectores, debemos comenzar a comprender que no somos los únicos que disfrutamos de Juego de Tronos, y que aunque nosotros demos por supuestas muchísimas de las cosas que vemos en pantalla, los televidentes y espectadores, no. Los lectores jugamos con ventaja y disponemos de un bagaje de información que aquellos que simplemente ven la serie de televisión, carecen por completo.

Dada la forma en la que está escrita Canción de hielo y fuego, hay cosas que se quedan fuera de nuestro punto de vista como lectores. No hay ningún personaje que asista -ni ningún episodio que así lo describa-, por ejemplo, a este rito de iniciación o conversión por parte de un Caminante Blanco. La inclusión de esta polémica secuencia final no es baladí, ni un delirio de grandeza por parte de los guionistas. Añade contexto a una trama importante que atañe a toda la saga, explica algo que suponíamos desde la propia segunda temporada de la serie como espectadores y ayuda así mismo visualmente a los lectores de las novelas a comprender algo que también habíamos supuesto y debatido con anterioridad. Si queréis bucear más en el profundo significado que puede albergar dicha secuencia, y en el secreto que atañe a los Caminantes Blancos y los Otros, os vuelvo a recomendar el siguiente artículo.

2. Sobre Stannis Baratheon, Arya Stark y el Perro

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Juego de Tronos tiene más aciertos que errores. Sí, Weiss y Benioff siguen infravalorando la presencia y el devenir de la historia de Stannis Baratheon –Stephen Dillane– y Melisandre –Carice Van Houten-, y en mi opinión, se ha desperdiciado la oportunidad tácita de mostrar en profundidad al legítimo rey de Poniente. Stannis Baratheon en la serie de HBO, es un personaje derrotado tras la batalla Aguasnegras, y desde el final de la segunda temporada vaga de aquí para allá en sus estancias de Rocadragón como alma en pena. El del corazón y el venado llameante ha salido muy poco y mal, desaprovechándose así uno de los supuestos cambios y añadidos que íbamos a ver en esta cuarta tanda de episodios: su viaje contrarreloj hacia las frías tierras del Norte. Stannis llegó al Muro, sí, conquistó y venció, pero casi de tapado y aunque reunió capital, barcos y espadas en Braavos -en una secuencia inspirada a mediados de temporada- no ha sido suficiente como para que los espectadores ajenos a la mitología y el trasfondo de la obra, comprendan sus reclamaciones y sus férreos ideales. Sus acompañantes y consejeros, Melisandre y Davos Seaworth –Liam Cunningham-, han llevado un papel igual de vacío e insulso, aunque reconozco que el Caballero de la Cebolla ha conseguido conquistar cada palmo y minuto de metraje cuando salía en pantalla.

Otra omisión -suponemos que por falta de presupuesto y tiempo- es la cada vez más difusa relación de los Stark con sus lobos huargo. Fantasma ha hecho alguna que otra aparición en el Castillo Negro y las tierras de más-allá-del Muro -memorables-, incluso Verano se ha dejado ver, pero Nymeria -la lobo huargo de Arya Stark-, sigue olvidada por completo de la trama. Es cierto que la terrible loba de Arya no es que tenga un papel directo y fundamental en el argumento de Canción de hielo y fuego, pero no estaría mal incluir un detalle que hablase sobre su pantagruélica manada en las tierras de los ríos, osada, voraz y peligrosa tras los sucesos de la Boda Roja. Por otra parte, nunca está de más recordar que la pequeña de los Stark sigue teniendo la capacidad de cambiar de pieles como sus hermanos -algo que presupongo a título personal, tendrá importancia en un futuro-. Siguiendo al hilo de la adaptación, quisiera puntualizar que tanto Maisie Williams -Arya Stark- como Rory McCann -Sandor Clegane, El Perro- han conseguido crear un vínculo especial y creíble entre sus dos personajes, transmitiendo más allá de la pantalla la relación tan única entre ambos. Sí, su trama a lo largo de la temporada ha tenido sus más y sus menos -había episodios en los que parecía que se estaban dando un largo paseo-, y ha sido una de las damnificadas de eso que llama George R.R. Martin como “efecto mariposa” –todavía sigo asimilando el encuentro con Brienne de Tarth, otra perjudicada en cuanto a la adaptación, pero al Perro lo que es del Perro. Gracias, Rory.

3. El temido efecto mariposa

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El temido efecto mariposa, esa suerte de ley inamovible en la adaptación de Canción de hielo y fuego que reza que si algo tocas de la novela original, algún cambio -previsible o no- aparecerá en cualquier momento en la serie de televisión, ha hecho sendos estragos en varias tramas y episodios. Uno de los momentos más polémicos de la temporada, fue la famosa secuencia que transcurría en el septo, justo en el velatorio tras la muerte de Joffrey Baratheon. En ella, Jaime Lannister y Cersei Lannister tenían un encuentro amoroso y pasional, el primero tras meses sin verse -recordemos que en las novelas, Jaime Lannister llega después de la muerte de Joffrey tras estar semanas prisionero y en cautiverio-, fruto del deseo, la necesidad y la añoranza de dos hermanos que comparten algo más que sangre o color de pelo. En la serie, Jaime Lannister –Nicolaj Coster Waldau– actúa de una forma más salvaje de la cuenta con una Cersei –Lena Headey-, que digamos, parece sentirse poco cómoda con eso de hacerlo en frente del cadáver -todavía caliente- de su hijo.

El debate sobre si había violación o no en la secuencia del controvertido episodio «Rompedora de cadenas» saltó a los medios, blogs y perfiles de redes sociales en todo el mundo, involucrando al propio Martin en la discusión -al que no le hizo demasiada gracia el asunto, dicho sea de paso-, en la que se vio envuelto al pedirle explicaciones gran parte de los aficionados. Los actores también dieron su punto de vista sobre la escena -Nicolaj comentó que no era la intención que pareciese que Jaime forzase a Cersei para tener sexo con él, y que reconocía que quizás no quedaba demasiado claro-, que en poco tiempo, generó tanto ruido que se perdió el punto original del debate: ¿Fue coherente con Jaime Lannister como personaje aquella escena? No iré más allá de lo que se habló en su momento -que fue mucho-, pero sí quisiera destacar que la escena es torpe, está mal editada y que tristemente, echaba mucho trabajo de coherencia en cuanto a escritura y construcción de trasfondo al respecto de la evolución de ese león herido  -y según algunos, redimido- que es Jaime a estas alturas de la novela. Weiss y Benioff habían trazado una línea inteligente alrededor de las acciones de los gemelos Lannister, y esta secuencia las ensuciaba un poco. Con el paso de los episodios vimos como no iba a más, y todo quedaba en un simple borrón y cuenta nueva para ambos roles que se podría haber filmado desde otra perspectiva más acertada.

4. Daenerys Targaryen: de cuando conquistar no es lo mismo que gobernar

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Bastante acertada, teniendo en cuenta la complejidad y lo tedioso de esta parte de las novelas, es el comienzo del llamado “nudo de Meereen”, un gigantesco punto muerto en la trama de Daenerys Targaryen y los suyos que el mismo George R.R. Martin ha llegado a reconocer como una verdadera pesadilla literaria -y de la que no hablaré más por respeto a los no lectores-. Cuando la Madre de Dragones desembarca en Meereen tras haber conquistado Astapor y tomado Yunkai, se encuentra con varios problemas delante y tras su murallas. Conquistar es una cosa, y reinar y gobernar, otra. A la joven Targaryen –Emilia Clarke– le crecen los problemas con cada juicio que realiza y decisión que toma, demostrándose su falta de experiencia en eso de reinar. A las conspiraciones -muchas de ellas forman parte de la futura trama de Danza de Dragones– y las traiciones desde dentro -Ser Jorah acaba exiliado tras enterarse Daenerys de que en su día sirvió como espía para Robert Baratheon, “el Usurpador”– se le suma el choque social y el impacto cultural y económico que genera una presencia externa en la llamada Bahía de los Esclavos –“Para gobernar y reinar a los conejos, hay que enfundarse las orejas largas”– y un factor que no teníamos en cuenta hasta ahora: el lado indomable y salvaje de los dragones.

Emilia Clarke, en uno de los especiales emitidos antes del estreno del primer episodio, comentaba que Daenerys Targaryen comenzaba a perder el control de su libertaria empresa en las ciudades de los Grandes Amos al mismo tiempo que sus dragones crecían y aumentaban en tamaño. ¿Son los dragones y su actitud cada vez más agresiva la representación física de esta falta de orden y dirigencia? Pues no sabremos si Martin lo había pensado así, pero nos parece muy acertada dicha comparación -de hecho, su arco argumental termina con dos de ellos, Rhaegal y Viserion encadenados en las catacumbas de la Gran Pirámide-. Así pues, Meereen nos ha regalado varios momentos vibrantes y bastante dramáticos, como la audiencia del padre de la víctima que calcina Drogon, o como la despedida y exilio de Ser Jorah Mormont –Iain Glen ha captado la esencia del atormentado oso-, uno de los hitos de la temporada, en parte gracias a ese sentido intercambio de punch lines y diálogos entre Daenerys y su otrora fiel consejero. Su salida de Meereen a caballo, al ocaso, es uno de esos guiños a Centauros del Desierto que no se olvidan.

5. Auge y caída de la Casa Lannister: de bodas, parricidios y otras filias

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Tampoco olvidaremos episodios tan bien escritos y memorables como “La rosa y el león” o “Las leyes de dioses y hombres”, centrados en el fastuoso -y trágico- enlace entre Joffrey Baratheon –Jack Gleeson– y Margaery Tyrell –Natalie Dormer– y en el juicio a Tyrion Lannister –Peter Dinklage-, acusado de regicidio tras la muerte del primero. “La rosa y el león” supuso ese suspiro, ese hálito de aire fresco insuflado en la historia por el mismo Martin  -según sus propias palabras- tras las penurias sufridas por los protagonistas en las temporadas anteriores. Una suerte de intento o victoria a la hora de balancear la trama hacia el lado de los buenos –si es que se puede decir algo así después de tantos golpes al lector y al espectador al mismo tiempo. Pese a los cambios -teníamos a Brienne de Tarth y Jaime Lannister en pleno banquete de bodas-, la muerte Joffrey es un regalo a los lectores, que descubren interacciones nuevas entre personajes que no se habían visto las caras -impagable la conversación entre Cersei Lannister y la doncella de la Isla del Zafiro-, y de paso, se nos introducían ciertas aspiraciones provenientes de la familia Tyrell a través de conversaciones entre sus máximos dirigentes, Tywin Lannister y Lady Olenna Tyrell -que bien sembradas habían sido en episodios anteriores-. Es un capítulo rodado con un gusto exquisito, y con un libreto -a cargo del propio George R.R Martin- muy equilibrado. Es aquí, con el cadáver del niño más bondadoso que los dioses habían puesto en la tierra -en palabras del maestre Pycelle- donde se plantan las envenenadas semillas -espero que pilléis el finísimo y bien hilado juego de palabras- para la trama que, de largo, mejor ha sido filmada y trasladada a la pantalla en esta cuarta temporada.

Sí, me refiero a la centrada en Tyrion Lannister. La captura, proceso y juicio por combate del Gnomo, es el arco más apetitoso y bien aprovechado de cuantos hemos visto a lo largo de la ya finalizada temporada de Juego de Tronos. Bryan Cogman, escritor de “Las leyes de dioses y hombres”, rubrica con especial fidelidad algunas de las frases y líneas de diálogos mas memorables de Tormenta de Espadas en boca de Peter Dinklage, que se coronaba en su brillante interpretación durante los últimos minutos del episodio con su alegato final -terminando en álgido con su petición de juicio por combate-. De tener que escoger un único momento sería precisamente ese. Sin contar, claro está, el que también protagoniza Tyrion junto a su padre en el episodio final de la temporada. Esta particular relación entre padre e hijo -que viene de largo, como observamos en sendos capítulos anteriores de la serie- ha ocupado gran parte de los libretos de Weiss y Benioff, que han abordado con bastante fidelidad la especial relación de Tywin Lannister y sus hijos, que termina con la muerte del Guardián de Occidente y León de la Roca en sus propios aposentos en «Los niños». Todavía resuenan la saetas en mi cabeza, así como ese agravio comparativo entre ambos leones en mitad del escusado: “-No eres mi hijo. -En eso te equivocas, padre. Soy tu viva imagen.” La situación y el hecho tienen todavía más enjundia en la serie si os recuerdo que el episodio ha sido emitido en USA coincidiendo justo en el día del padre. No es televisión, es HBO. Deseo con fuerza -los dioses me amparen- que el viaje de Tyrion sirva para hacer descender a los oscuros infiernos hedonistas al torturado gnomo en la próxima temporada, si bien no las tengo todas conmigo.

6. Oberyn Martell: de menos a más

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Otro de los puntales más firmes y sólidos y bien tratados de Juego de Tronos en su cuarta temporada, ha sido Oberyn Martell –Pedro Pascal-. Reconozco que, durante los primeros episodios, la inclusión de la Víbora Roja de Dorne me pareció forzada e incluso caricaturesca. No terminaba de ver el enigmático y complejo príncipe de Dorne que buscaba venganza por la trágica muerte de su hermana, y en parte, la culpa recaía en la imperiosa necesidad de Weiss y Benioff de transmitir el ímpetu fogoso e impulsivo de los dornienses con socorridas secuencias en los burdeles y lupanares de Desembarco del Rey. Sí, no está mal para presentar a un personaje que tiene una marcada personalidad -salvando la distancias- mediterránea, pero le hacían más mal que bien. Pero he de admitir que su evolución como personaje es clara, y a la postre, palpable. Pedro Pascal es un actor que transmite una inusitada complicidad de cara al espectador, y su antagonismo a los considerados -de forma simplista, ojo- malos de la función, los Lannister, funciona a varios niveles en la serie. Es esta yuxtaposición de roles y papeles lo que lleva a que el espectador más profano y seguidor más acérrimo de los libros de George R.R. Martin acabe rendido a sus pies, llegando en pleno éxtasis al séptimo episodio, “Sinsonte”, donde el propio Oberyn Martell acaba postulándose -antorcha y testigo en mano, tras una arrebatadora conversación- como campeón en nombre de Tyrion Lannister ante los ojos de los dioses.

Juicio por combate que representa una de las más vibrantes y redondas secuencias de toda la serie. Rodados con una crueldad estremecedora, los compases finales de “La Montaña y la Víbora” son dignos de elogio y aplauso, y consiguen -incluso si sabemos de antemano lo que puede ocurrir-, que aguardemos esperanzas de que por una vez, las cosas salgan bien. Pedro Pascal y su acento, se desatan. Ambos se liberan de las formalidades y se muestran tal y como son en realidad, cual serpiente erguida en ataque, ante el púlpito desde donde asiste Tywin Lannister -el hombre que dio la orden de acabar con la descendencia de Rhaegar Targaryen- al combate.  La Montaña, derribada, agoniza. Parece que todo terminará bien, pero esto es Juego de Tronos. Esta suerte de macabra revisión de la justa de David contra Goliat a los ojos de los Siete Dioses de Poniente representa la famosa “subversión de expectativas” de las que tanto ha hablado Alejo Cuervo, de Ediciones Gigamesh -editora de los libros de Canción de hielo y fuego en España-. Deseamos que algo salga bien con tantas fuerzas que esperamos o sabemos que saldrá mal, o que en un último momento, cuando ya hayamos perdido toda la esperanza, todo se solucione de alguna manera. Martin ya jugó con nosotros en su día en Tormenta de Espadas, y la serie, varios años después, lo vuelve a hacer.

7. De pajarito a cernícalo: Sansa Stark.

Petyr Baelish y Sansa Stark -o mejor dicho, siguiendo el canon de las novelas, Alayne Piedra-, esa extraña pareja encarnada por Sophie Turner y Aidan Gillen, han protagonizado alguna que otra secuencia inspirada -el frío empujón a Lysa Arryn por las Puertas de la Luna-, si bien su trama no ha sido del todo atrayente para gran parte del público. Sí, se ha seguido más o menos la cronología de su historia, y se ha pagado el peaje para acabar en el mismo sitio en el que se encuentran ambos personajes -impagable la transformación física y estética de Sansa Stark en “La Montaña y la Víbora”– pero se ha prescindo de la fina y bien trazada estrategia de Petyr Baelish con los señores del Valle para darle la voz cantante a la pelirroja -ahora morena- hija de Ned Stark. Vuelvo a repetir que el contenido tiene un sabor y una textura similar al de los libros de George R.R Martin, pero en esta parte de Tormenta de Espadas y Festín de Cuervos se demostraba una vez más, que Meñique es uno de los verdaderos maestros y jugadores en el llamado en el juego de tronos y que no dejaba puntada sin hilo en su particular ascenso al poder a través de Poniente. En resumidas cuentas: sí, tenemos la evolución del pajarito a ave de presa, pero poco del taimado canto del sinsonte que creció a la sombra de Los Dedos.

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8. El Norte -Hediondo, Los Bolton y Jon Nieve-: cambios bien avenidos

La trama del Norte y de más allá del Muro en Juego de Tronos también ha sufrido cambios severos en su aspecto, pero no demasiados en contenido. Es decir, sí, hemos contemplado como Weiss y Benioff se las veían y se las deseaban para arreglar ciertos entuertos -Locke, ese Vargo Hoat apócrifo y el mal planteado e innecesario intento de rescate de Yara Greyjoy- pero también hemos asistido al bien hilvanado y esperado ascenso de los Bolton como Guardianes del Norte, así como al deterioro progresivo de Theon Greyjoy –Alfie Allen– como Hediondo. De hecho, Allen -hermano de la famosa cantante de pop británica Lilly Allen- ha dado a luz una de las mejores interpretaciones de lo que llevamos de serie, agenciándose tics, frases y gestos que serán muy difíciles de borrar de la mente de cualquier lector a la hora de construir en nuestra imaginación a Hediondo en posteriores lecturas de la saga. Su trabajo ha sido doblemente complejo, pues no solo ha tenido que entablar una relación de sumisión y admiración cercana al conocido y diagnosticado síndrome de Estocolmo con Ramsay Bolton -encarnado por el eficiente Iwan Rheon-, también ha debido crear de la nada un proceso de destrucción de la identidad de forma en la que lo espectadores sientan el camino hacia la degradación de su personaje de manera paulatina -algo que en las novelas de George R.R. Martin sucedía fuera de la narración principal-. La destrucción del príncipe y heredero, ahora convertido en perro. Las interioridades de la familia Bolton siguen cogidas por pinzas -los guionistas no han conseguido plasmar bien esa difícil dicotomía entre poder y respeto que esgrimen padre e hijo-, pero en general deja buen sabor de boca, y con los desolladores, entrando en Invernalia.

Más precaria ha sido la situación de la Guardia de la Noche durante toda la temporada. Jon Nieve –Kit Harington– ha estado dando tumbos de aquí por allá, al igual que Samwell Tarly, Elí y los otros amigos cuervos de los protagonistas. Ha sido una de las tramas más afectadas por los cambios -la correría en el Torreón de Craster al final se solventó con cabeza y razón, pese a lo estrafalario de la decisión-, y la que más relleno insulso ha ido recibiendo a lo largo de los episodios. Hasta el ataque salvaje a dos bandas en Los vigilantes del Muro no hemos llegado a sentir o entender el verdadero trabajo de la Guardia de la Noche en la gélida frontera. No era para menos: el capítulo, exquisitamente dirigido por Neil Marshall -responsable de joyas cinematográficas, como The Descent-, supone uno de los hitos de su carrera como director y uno de los episodios más redondos que jamás he visto en la serie de HBO -al nivel me atrevería decir que de “Aguasnegras”. Desde la planificación de las coreografías de combate, a los ángulos de cámara escogidos -hay incluso un socorrido plano secuencia que revela la situación de todos y cada uno de los participantes del asalto y la defensa del Castillo Negro en tiempo real-, pasando por el trabajo de maquillaje e infografía digital. Redondo en todos y cada uno de sus aspectos, y contenedor de una las pérdidas más trágicas de la mitología de Canción de hielo y fuego: la muerte Ygritte -encarnada por Rose Leslie, una verdadera belleza besada por el fuego-. «Deberíamos habernos quedado en esa cueva.» Conmovedor, cuanto menos.

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9. El prodigio de lo técnico: un paso más hacia la perfección visual y sonora

Juego de Tronos en esta cuarta temporada, también ha ganado en escala. Charles Dance -Tywin Lannister-, decía que moverse por los decorados y exteriores de algunos de los episodios en los que ha participado “era como sentirse dentro de una pequeña película”. Ya lo intuíamos tras su tercera tanda de episodios, pero con la cuarta temporada, lo hemos constatado: Juego de Tronos ha ido dejando la actitud de insinuar para pasar a mostrar. La producción de HBO ha ganado en escala, en presencia y cuidado por el detalle. Siempre ha guardado las apariencias -en su momento era una de las series más caras y preciosistas de la cadena, y de las que más invertían en vestuario, maquillaje y protésicos— y ha sabido, inteligentemente, enseñar lo justo para agradar al espectador. Pero ahora ya no se corta en mostrar elegantes y gráciles -aunque peligrosos- dragones, enormes murallas y ciudades esclavistas o incontables ejércitos salvajes -entre los que se encuentran mamuts, gigantes y otras bestias-. El presupuesto es cada vez más holgado -recemos a los Siete, R´hllor y los dioses antiguos para que siga siendo así- y eso beneficia directamente al espectador, al fanático de la saga y al diseño de producción -con la dificultad, como os decía, que ello implica-. ¿Qué decir de la música -otro de los excesos apartados técnicos que acompañan a la serie-? Pues que Ramin Djawadi sigue deleitándonos con una identidad sonora y sinfónica tan sólida como reconocible, elevando a puestos de honor algunas de sus nuevas composiciones –«Los niños», por ejemplo- al particular panteón musical de Poniente.

En el horizonte de la producción, no obstante, se me aparecen ciertas dudas. No tengo del todo claro hacia donde virarán los guionistas principales en algunas de las tramas futuras -varias de ellas, muy importantes a nivel narrativo de cara a la historia principal y el destino de varios personajes-, y a tenor de lo hecho con anterioridad en las pasadas temporadas, la verdad es que el panorama que se nos presenta a los lectores de Canción de hielo y fuego puede llegar a ser aterrador si esperamos una fidelidad absoluta a los escritos de Martin -algo absurdo, por otra parte, a estas alturas de la serie-. Por delante nos quedan horas y horas de Meereen y Daenerys Targaryen, otras tantas del tortuoso y accidentado viaje de Tyrion Lannister, y el esperado arco de Dorne, uno de los más esperados por los aficionados -sobre todo ahora que se rumorea que HBO rodará parte de las localizaciones exteriores en España-. La gran parte del trasfondo de la serie es coherente con Canción de hielo y fuego, y nos acaba llevando, pese a los distintos recodos del camino labrado, al mismo punto y destino que leímos en las novelas. ¿Qué más podemos pedir en este aspecto? ¡Gracias a Dios no tenemos a un Peter Jackson aficionado al exceso y al escarceo con lo superfluo! Con más incertidumbre e inquietud como aficionado al mundo de hielo y fuego espero que la serie acabe adelantando a las novelas en varios frentes. Ya hemos asistido a diversos amagos y escarceos -algunos muy sonados-, y teniendo en cuenta que varios personajes tienen ya su trama desarrollada casi al completo -Bran Stark ya ha experimentado en la serie casi todo lo que hemos llegado a leer en Danza de Dragones, ¡incluso ha ido más allá!-, no estaría mal que nos hiciéramos el cuerpo a ver determinadas situaciones como espectadores de algo que todavía no hemos disfrutado como lectores. En las manos de los guionistas de HBO -y en las del propio George R.R. Martin, si llega a terminar y publicar Vientos de Invierno a tiempo, al menos en inglés- está la forma de plantear la quinta temporada de manera en la que se contente a ambos sectores de su público fiel.

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¿Una valoración a nivel general? Juego de Tronos, y su cuarta temporada, es el notable paradigma de la ambición de dos guionistas y productores que decidieron en su día, adaptar una de las sagas más complejas y dificultosas de llevar a la pantalla. A lo largo de los episodios de Juego de Tronos, hemos asistido a un recital de secuencias, actuaciones, diálogos y líneas memorables, que ejemplifican lo universal del lenguaje que emplea esta enrevesada y épica historia. Podemos encontrar dragones, podemos temer al verdadero enemigo del Norte -que no lo olvidemos, está ahí, al acecho-  e incluso, acatar algunas dosis de magia o misticismo como premisa, pero en el fondo nos sentimos identificados ante los traumas, decisiones, errores y sentimientos que atormentan, toman, cometen y rodean a los personajes. Familia, deber, honor, amor… Venganza. Como espectadores sentimos que lo que nos narran y cuentan Weiss, Benioff y Cogman en la serie, es algo creíble. Tangible. Real. Y eso es el mejor cumplido que se les puede otorgar.

Alberto González

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Twittadano del mundo. Cinéfago empedernido, escritor moderado. Colaborador y crítico en @vandalonline, @cinefiloes y @appleadictos

7 responses to “Juego de Tronos y su cuarta temporada: el final de tantas cosas”

  1. David says :

    Vaya capitulazo. Aquí os dejo mi valoración de la cuarta temporada 😉

    http://seriesanatomy.blogspot.com.es/2014/06/the-children-are-coming.html

    Saludos!

  2. gualo says :

    Impresionante analisis de toda la temporada, enhorabuena.
    Ahora bien como aficionado de CdHyF que soy la adaptacion televisiva no me gusta nada, me parece encomiable que HBO quiera sacar tajada de los increibles libros de G R R Martin, y que se lo esten currando tanto para ser lo mas fiel posible a la obra original, pero joder no estoy para nada de acuerdo con que se inventen momentos (necesarios o no para el espectador), que alteren tramas, que omitan otras o que (esto es lo que mas me molesta) avancen aconteciomientos que los lectores desconocemos.
    Por otra parte me parece que les va a explotar en la cara lo que tu, muy acertadamente has comentado. el efecto mariposa,el que omitan totalmente la trama de la familia Greyjoy me parece un error terrible pues creo que van a tener mas importancia (Victarion) de cara a Vientos de invierno.
    Para acabar me gustaria ver como resuelven el cambio cronologico que hay entre varias tramas (aunque supongo que alterando las originales y quitando lo que no parezca relevante…) ya que hay algunas que han llegado a su limite mientras que a otras aun les queda muchisimo que mostrar

  3. Sofía says :

    Increíble entrada.

  4. Johna300 says :

    I really like and appreciate your blog post.Thanks Again. cakkebgckcae

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